En el patio de una escuela cualquiera, mientras el timbre da paso al recreo, se despliega un pequeño teatro de vida: risas que rebotan en las paredes, carreras que dibujan trazos improvisados sobre el césped, manos que se entrelazan en juegos de persecución y cuerpos que, sin planificarlo, ensayan una coreografía de descubrimiento. Esos minutos —a menudo desestimados como mero descanso entre clases— contienen en realidad una riqueza insospechada para el desarrollo infantil. El movimiento no es solo fisiología en acción; es, sobre todo, un lenguaje afectivo y cognitivo que modela la mente y el corazón de quienes lo habitan. Este informe, titulado «Niños en Movimiento: Informe Multidisciplinario sobre los Beneficios Psicológicos y Emocionales de la Actividad Física», propone escuchar con atención ese lenguaje y entenderlo desde diversas disciplinas para iluminar su impacto profundo y multifacético.
Vivimos una época en la que las políticas educativas, las agendas sanitarias y las prioridades familiares se cruzan con obligada frecuencia, y sin embargo a menudo se pierden matices fundamentales sobre cómo la actividad física influye en la esfera emocional y psicológica de la infancia. No se trata solamente de contar pasos, medir frecuencia cardiaca o prevenir la obesidad: se trata de reconocer que la actividad motora es una matriz donde se entretejen la autoestima, la regulación emocional, la resiliencia, la construcción de la identidad y la capacidad de atención. Al abordar este tema desde una mirada multidisciplinaria —que integra la psicología del desarrollo, la neurociencia, la pedagogía, la salud pública y la sociología— obtenemos un retrato más nítido y útil para diseñar intervenciones que realmente mejoren la vida de los niños.
La literatura científica nos ofrece evidencias crecientes: la práctica regular de ejercicio se asocia con mejoras en la función ejecutiva, en la memoria de trabajo y en la atención sostenida; reduce síntomas de ansiedad y depresión; potencia el sueño reparador que favorece la consolidación del aprendizaje; y, quizás con la mayor importancia social, facilita la elaboración de competencias socioemocionales como la empatía, la cooperación y la resolución de conflictos. Pero más allá de las estadísticas y los metaanálisis, hay historias cotidianas que confirman lo mismo: el niño que recupera confianza tras aprender a dominar una habilidad motora, la niña que encuentra en el equipo deportivo un espacio para expresarse sin temor, el aula que gana calma tras incorporar pausas activas. Estas narrativas son complementarias: los números explican el ‘qué’ y las experiencias muestran el ‘cómo’ y el ‘por qué’.
Una aproximación multidisciplinaria nos permite, además, desmontar mitos y prejuicios. Por ejemplo, la idea de que el rendimiento académico compite inevitablemente con el tiempo dedicado a la actividad física resulta ser una falsa dicotomía; numerosos estudios muestran que la integración de movimiento en la jornada escolar puede potenciar el aprendizaje. La neurociencia aporta claves sobre la liberación de neurotransmisores y factores neurotróficos que facilitan la plasticidad cerebral; la psicología del desarrollo explica cómo la práctica deliberada de juegos y deportes construye narrativas de competencia y autoeficacia; la pedagogía sugiere maneras de incorporar el movimiento en el currículo de forma coherente y accesible; y la salud pública advierte sobre desigualdades en el acceso a espacios seguros para jugar, subrayando la necesidad de políticas inclusivas.
En el corazón de este informe está, sin embargo, una preocupación ética: asegurar que los beneficios del movimiento lleguen a todos los niños, independientemente de su procedencia socioeconómica, género, condición física o cultural. Las oportunidades para jugar y moverse están desigualmente distribuidas; barrios con menos recursos tienen menos parques, escuelas con mayor carga académica recortan el tiempo de recreo, y estereotipos de género limitan la participación de algunas niñas en actividades tradicionales. Por eso proponemos no solo comprender los efectos psicológicos y emocionales del ejercicio, sino también diseñar estrategias que garanticen acceso, diversidad y respeto por las formas culturales del juego.
Este documento se propone, en consecuencia, ser un puente: entre evidencia científica y práctica educativa; entre salud pública y vida cotidiana; entre políticas y emociones. Presentaremos hallazgos clave, mecanismos explicativos, relatos ilustrativos y recomendaciones operativas para familias, docentes, profesionales de la salud y responsables de políticas. Abordaremos temas como la relación entre actividad física y regulación emocional, la influencia del juego en la autoestima y la identidad, el papel de la actividad física en la prevención y manejo de trastornos del estado de ánimo, y la importancia de prácticas inclusivas que respeten la diversidad corporal y cultural.
Invitamos al lector a acercarse a este informe con la curiosidad del observador que mira un patio de recreo por primera vez: a ver no solo el movimiento en su superficie, sino las historias de apego, desafío y aprendizaje que se despliegan en cada carrera, en cada caída, en cada reconciliación tras una pelea. Porque entender los beneficios psicológicos y emocionales de la actividad física en la infancia no es solamente una cuestión técnica; es una apuesta por un modelo de desarrollo que reconoce al cuerpo como vehículo de conocimiento, la emoción como brújula y la comunidad como espacio de posibilidad.
Al abrir estas páginas, encontrará un mapa interdisciplinario que aspira a ser útil, inspirador y accionable. No prometemos recetas mágicas, pero sí un conjunto de evidencias y propuestas que pueden transformar la manera en que concebimos el tiempo de juego, la estructura escolar y las políticas de salud infantil. Si logramos que más niños tengan la oportunidad de moverse en ambientes seguros, apoyados y creativos, habremos dado un paso decisivo hacia sociedades más saludables, resilientes y emocionalmente ricas. Que este informe sea, entonces, una invitación: a mirar el movimiento como un capital emocional y psicológico que merece ser cuidado, fomentado y celebrado.
Movimiento, emoción y desarrollo en la infancia
El cuerpo en movimiento no es solo una máquina que aprende a caminar, correr o saltar; es un escenario en el que se negocian emociones, relaciones y aprendizajes. A través del juego físico, el niño construye sentido sobre sí mismo y sobre el mundo que lo rodea. Esta página explora cómo la actividad física, en sus múltiples manifestaciones, actúa como un catalizador para el bienestar psicológico y emocional, y ofrece claves prácticas para integrar el movimiento en contextos familiares, escolares y clínicos.
Mecanismos que vinculan movimiento y mente
La actividad física desencadena una serie de cambios neurobiológicos que favorecen el procesamiento emocional y la plasticidad cerebral. Incrementos en neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, así como en factores neurotróficos como el BDNF, facilitan la atención, la memoria y la regulación del estado de ánimo. Al mismo tiempo, la activación del sistema nervioso autónomo y la liberación de endorfinas contribuyen a una reducción natural del estrés.
En términos psicológicos, el movimiento favorece la percepción de eficacia personal: dominar una habilidad motora aporta evidencia tangible de logro, alimentando la autoestima. Además, la experiencia de límites, esfuerzo y recuperación enseña tolerancia a la frustración y autorregulación emocional.
Estudios observacionales y experimentales sugieren que estos procesos no son aislados, sino interdependientes: la mejora en la regulación emocional facilita la concentración y el aprendizaje, y viceversa.
Regulación emocional y resiliencia
La práctica regular de actividad física facilita que los niños reconozcan y manejen estados afectivos intensos. Actividades rítmicas y coordinadas, como bailar o nadar, suelen tener un efecto modulador sobre la ansiedad y la inquietud, mientras que los juegos de contacto moderado y los deportes de equipo ofrecen oportunidades para practicar comunicación, resolución de conflictos y apoyo mutuo.
- Identificación de emociones: el movimiento permite expresar y nombrar sensaciones corporales asociadas a emociones, un paso clave en la regulación.
- Desactivación fisiológica: la actividad aeróbica moderada reduce activación simpática acumulada, ayudando a calmar estados de alarma.
- Exposición gradual: enfrentar retos motores en contextos seguros promueve la tolerancia a la incertidumbre y el desarrollo de estrategias de afrontamiento.
Impacto en funciones cognitivas y rendimiento escolar
Más allá del bienestar emocional, la actividad física se asocia con mejoras en la atención sostenida, la memoria de trabajo y las funciones ejecutivas. Pausas activas breves durante la jornada escolar, programas de educación física bien diseñados y el fomento del juego libre contribuyen a una mayor disponibilidad cognitiva para tareas académicas.
La relación entre movimiento y aprendizaje es bidireccional: la mejora cognitiva facilita la participación activa en ejercicios más complejos, lo que a su vez retroalimenta el desarrollo cerebral. Por eso, integrar oportunidades de movimiento en procesos de enseñanza puede convertirse en una estrategia pedagógica poderosa.
Socialización, identidad y autoimagen
El juego y la actividad física son escenarios primordiales para la construcción de identidad y roles sociales. Compartir metas, aceptar reglas y experimentar cooperación y competencia sana favorecen habilidades socioemocionales como la empatía, la comunicación asertiva y el sentido de pertenencia. Estos aprendizajes repercuten en la percepción corporal y en la autoestima, elementos centrales para la salud mental infantil.
Implicaciones prácticas para familias y escuelas
Incorporar movimiento no requiere siempre instalaciones sofisticadas; basta con intencionalidad y variedad. A continuación, algunas recomendaciones prácticas:
- Frecuencia y duración: promover al menos 60 minutos diarios de actividad moderada a vigorosa adaptada a la edad, combinando juego estructurado y libre.
- Variedad: alternar actividades aeróbicas, juegos de equilibrio, ejercicios de coordinación y deportes colectivos para estimular distintas capacidades.
- Autoeficacia: diseñar retos progresivos que permitan al niño experimentar logro sin sobrecarga.
- Clima emocional: priorizar entornos seguros, no punitivos, que valoren el esfuerzo y la cooperación por encima del resultado competitivo.
- Integración con el currículo: usar pausas activas en el aula, proyectos que incluyan movimiento y aprendizaje kinestésico para materias diversas.
Estrategias para profesionales de la salud y la educación
Los profesionales encuentran en la actividad física una herramienta complementaria para intervenciones psicológicas y educativas. Al diseñar programas, conviene:
- Realizar evaluaciones iniciales que identifiquen preferencias, limitaciones físicas y nivel emocional del niño.
- Colaborar interdisciplinariamente: integrar a educadores, fisioterapeutas y psicólogos para enfoques holísticos.
- Monitorear progresos no solo en rendimiento motor, sino en indicadores emocionales y conductuales.
Consideraciones especiales
Es importante adaptar las propuestas a la diversidad: niños con trastornos del neurodesarrollo, discapacidades físicas o condiciones de salud crónicas requieren ajustes en intensidad, ritmo y contexto. La inclusión efectiva se basa en expectativas realistas, apoyos adecuados y valoración de fortalezas individuales.
El enfoque debe ser positivo y centrado en el desarrollo integral, evitando estigmatizar por la capacidad física o el rendimiento.
El movimiento, entendido como un lenguaje corporal y emocional, ofrece a la infancia un camino para conocerse, regularse y conectarse. Cuando familias, escuelas y profesionales coordinan esfuerzos para crear espacios de juego activo y seguro, no solo fomentan el bienestar presente, sino que invierten en la salud emocional y cognitiva a largo plazo.
Movimiento, emoción y crecimiento
Los pasos, los saltos, los juegos compartidos y las carreras aparentemente espontáneas son mucho más que actos físicos: son el lenguaje temprano con el que los niños exploran su mundo interior y social. La actividad física en la infancia teje conexiones que atraviesan el sistema nervioso, moldean la regulación emocional y nutren la autoestima. Al observar a un niño en movimiento se revela una narrativa compleja donde el cuerpo y la mente cohabitan, influyéndose mutuamente en procesos de desarrollo que perduran a lo largo de la vida.
Una base biológica para el bienestar
El ejercicio regular promueve cambios neuroquímicos y estructurales que benefician la salud mental. A través de la liberación de endorfinas, serotonina y dopamina, la actividad física modula el estado de ánimo y reduce la percepción del estrés. Además, el aumento del riego sanguíneo cerebral y la producción de factores neurotróficos favorecen la plasticidad neuronal, facilitando el aprendizaje y la recuperación emocional tras experiencias difíciles.
- Regulación neuroquímica: mejora del estado de ánimo y disminución de la ansiedad.
- Plasticidad cerebral: favorece la consolidación de redes vinculadas a la atención y la memoria.
- Reducción del estrés fisiológico: descenso de cortisol y mejora del sueño.
Vínculos sociales y construcción de identidad
El juego activo y los deportes colectivos actúan como escenarios privilegiados para la socialización. En esos contextos, los niños aprenden a negociar reglas, a tolerar la frustración, a cooperar y a resolver conflictos. Estas experiencias no solo fortalecen habilidades sociales, sino que contribuyen a la formación de una identidad coherente: sentirse competente, reconocido y parte de un grupo.
- Competencia social: aprendizaje de roles y responsabilidades.
- Empatía y perspectiva: comprensión del otro mediante interacciones dinámicas.
- Autonomía: toma de decisiones dentro de marcos seguros.
Regulación emocional y resiliencia
Practicar actividad física ofrece oportunidades repetidas para experimentar desafíos con un margen de seguridad: caer, levantarse, intentar de nuevo. Estas microexperiencias generan una escuela de la frustración controlada que fortalece la tolerancia a la incomodidad emocional. La capacidad para modular la excitación, recuperarse tras un fracaso y mantener la motivación ante la dificultad es, en buena medida, entrenable a través del movimiento.
La resiliencia se cultiva cuando el niño reconoce sus límites, prueba estrategias distintas y recibe retroalimentación positiva de su entorno. Los entrenadores, docentes y pares que enfatizan el esfuerzo por encima del resultado contribuyen a internalizar una mentalidad de crecimiento.
Atención, aprendizaje y rendimiento escolar
Existen vínculos claros entre la actividad física y la mejora de funciones ejecutivas: atención sostenida, control inhibitorio y flexibilidad cognitiva. Actividades que combinan ritmo, coordinación y toma de decisiones —como bailes, deportes de equipo o circuitos psicomotores— estimulan circuitos cerebrales relevantes para el procesamiento académico. Breves periodos de actividad física antes o durante la jornada escolar pueden facilitar la concentración y la regulación conductual.
Prevención e intervención en problemas emocionales
La actividad física es una herramienta accesible y de bajo riesgo para la prevención y el complemento terapéutico de problemas como la ansiedad y la depresión infantil. Su integración en programas escolares y comunitarios puede funcionar como medida universal, mientras intervenciones más estructuradas (entrenamiento aeróbico, programas de habilidades sociales activos) muestran efectos terapéuticos significativos cuando se combinan con apoyo psicológico.
Estudios longitudinales
Recomendaciones prácticas para familias y escuelas
- Priorizar el juego libre: espacios y tiempos no dirigidos fomentan la creatividad y la autonomía.
- Incorporar variedad: alternar actividades aeróbicas, de coordinación y de fuerza adaptadas a la edad.
- Fomentar la regularidad: establecer rutinas diarias que integren movimiento, incluso en breves sesiones.
- Modelado adulto: los adultos que se mueven con disfrute transmiten actitudes saludables hacia el cuerpo y la actividad.
- Enfoque en el proceso: reforzar el esfuerzo y la mejora más que la comparación competitiva.
Implicaciones para políticas y comunidad
Promover entornos que faciliten el movimiento infantil —escuelas con recreos activos, barrios seguros para jugar, programas extraescolares accesibles— no es un lujo sino una inversión en salud mental poblacional. La colaboración entre profesionales de la salud, la educación y las familias permite diseñar intervenciones contextualizadas que respondan a desigualdades y necesidades específicas.
Una invitación para mirar con otros ojos
Observar a un niño mientras corre hacia un juego o se concentra en aprender un salto es leer un capítulo de su desarrollo emocional. El movimiento configura no sólo músculos y capacidades motoras, sino también memoria afectiva, estrategias de afrontamiento y redes sociales que sostienen el bienestar. Entender y promover la actividad física en la infancia es, por tanto, atender a la mente en su materialidad y a los vínculos que nutren la vida emocional.
Que cada patio, cada pasillo y cada parque sean oportunidades para que los niños ensayen, tropiecen, se levanten y descubran —con apoyo— el alcance de sus fuerzas. Allí se forjan competencias que permanecerán más allá del tiempo concreto del juego: capacidad para sostenerse ante la adversidad, para conectar con otros y para vivir con mayor equilibrio interior.
Los beneficios emocionales y psicológicos del movimiento en la infancia
El cuerpo en movimiento actúa sobre la mente del niño como una melodía que ordena, calma y estimula a la vez. Desde los primeros juegos en el patio hasta las prácticas deportivas organizadas, la actividad física configura no solo habilidades motoras, sino también paisajes emocionales y procesos cognitivos que acompañarán toda la vida. Comprender cómo y por qué ocurre esta transformación permite diseñar entornos y rutinas que potencien el bienestar integral de la infancia.
Vínculos entre movimiento, regulación emocional y autoestima
La participación en actividades físicas regula el tono afectivo mediante mecanismos fisiológicos (reducción del cortisol, liberación de endorfinas) y conductuales (oportunidades para la competencia y el logro). En la experiencia cotidiana, esto se traduce en una mejora de la tolerancia a la frustración, mayor capacidad para gestionar la impulsividad y una base estable para la autorregulación.
La autoestima se fortalece cuando el niño percibe progreso y es reconocido por sus esfuerzos. Pequeños éxitos —aprender a montar en bicicleta, mejorar un salto, colaborar en un juego— actúan como piezas que ensamblan una imagen de sí mismo competente y valiosa.
Desarrollo social y sentido de pertenencia
El movimiento compartido configura comunidades: equipos, grupos de juego, clases de baile. En esos espacios se aprenden normas sociales, cooperación, resolución de conflictos y empatía. La práctica colectiva ofrece también modelos para la comunicación asertiva y la lectura emocional del otro.
- Colaboración: juegos colectivos que requieren coordinación y apoyo mutuo.
- Roles sociales: turnos, liderazgo y aceptación de reglas.
- Inclusión: oportunidades para integrar a niños con distintas habilidades.
Atención, memoria y pensamiento flexible
La actividad física beneficia funciones ejecutivas esenciales: la atención sostenida, la memoria de trabajo y la flexibilidad cognitiva. Actividades rítmicas, juegos que implican cambios de dirección o estrategias y deportes con toma rápida de decisiones estimulan circuitos cerebrales involucrados en la planificación y el control conductual. Esto repercute positivamente en el rendimiento escolar y en la capacidad para enfrentar desafíos cotidianos.
Prácticas recomendadas para potenciar beneficios emocionales
- Variedad y diversión: alternar juegos libres, actividades dirigidas y deportes para mantener la motivación intrínseca.
- Entorno seguro y alentador: fomentar la exploración sin miedo al ridículo ni a la crítica desproporcionada.
- Enfoque en el proceso: valorar el esfuerzo y la mejora más que el resultado.
- Inclusión consciente: adaptar actividades para que niños con distintas capacidades participen plenamente.
Consideraciones para familias y educadores
Es fundamental observar las señales individuales: temperamento, intereses y límites físicos. La presión excesiva o la competición desmedida pueden revertir los beneficios emocionales, generando ansiedad y aversión. En cambio, la guía empática, la retroalimentación positiva y la modelación adulta del disfrute del movimiento promueven adherencia a hábitos saludables y una relación saludable con el propio cuerpo.
“El movimiento temprano no es un lujo: es un cimiento para la vida emocional.”
Cuando los espacios, las rutinas y la mirada adulta confluyen para priorizar el juego y el descubrimiento, el movimiento se convierte en medicina preventiva, aula afectiva y laboratorio de aprendizaje social. Invertir en oportunidades de actividad física en la infancia es apostar por comunidades más resilientes, niños más seguros de sí mismos y una sociedad que reconoce el valor integral del cuerpo en su vínculo con la mente.
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Al cerrar este informe, resulta imprescindible retomar y sintetizar las ideas que conforman el corazón de Niños en Movimiento: una convicción fundamentada en evidencia multidisciplinaria y una llamada a transformar la forma en que concebimos la infancia, el aprendizaje y el bienestar. A lo largo de estas páginas hemos recorrido estudios de psicología, neurociencia, educación y trabajo social que convergen en una verdad simple y poderosa: la actividad física no es un complemento opcional en la vida de los niños; es una necesidad central para su desarrollo psicológico y emocional.
En primer lugar, el cuerpo en acción se revela como un agente de salud mental. La práctica regular de actividades físicas favorece la regulación emocional, reduce la ansiedad y los síntomas depresivos, y contribuye a estados de ánimo más estables y positivos. Desde el punto de vista neurobiológico, la actividad física estimula mecanismos que promueven la plasticidad cerebral, la liberación de neurotransmisores y la resiliencia frente al estrés. Así, mover el cuerpo es también mover los circuitos que sustentan la atención, la memoria y la capacidad de autorregulación, elementos esenciales para el éxito escolar y la convivencia social.
En segundo lugar, hemos mostrado cómo el juego y el ejercicio son escenarios privilegiados para la construcción de la autoestima y la identidad social. La interacción con pares durante actividades motrices enseña a los niños a negociar, a tolerar la frustración, a asumir roles y a desarrollar empatía. El logro de metas físicas incrementa la percepción de competencia y autonomía, recursos psicológicos que protegen frente a la baja autoestima y las conductas de riesgo. Por ello, el valor de la actividad física trasciende lo corporal y se ancla en la esfera social y emocional del niño.
Otro eje central del informe es la importancia de los contextos: la escuela, la familia y la comunidad emergen como actores determinantes. Las escuelas que integran movimiento en su día a día no solo mejoran indicadores de salud, sino que elevan el rendimiento académico y reducen la conducta disruptiva. Las familias que modelan estilos de vida activos y facilitan espacios seguros para el juego favorecen la internalización de hábitos saludables. Las políticas públicas que garantizan infraestructura, tiempo y formación docente son, por tanto, inversiones directas en salud mental y equidad. Si la actividad física se subordina a criterios economicistas o curriculares limitados, perdemos una oportunidad única para promover bienestar integral desde la primera infancia.
La inclusión y la equidad constituyen un cuarto punto nodal. No todos los niños cuentan con las mismas oportunidades para moverse: las desigualdades socioeconómicas, de género, culturales y de diversidad funcional configuran barreras reales. El informe subraya la necesidad de diseñar programas sensibles a las diferencias, que ofrezcan alternativas adaptadas y celebren la diversidad de cuerpos y ritmos. Garantizar acceso universal implica repensar espacios públicos, políticas de transporte, horarios escolares y formación especializada, con el fin de que la actividad física no sea un privilegio, sino un derecho.
Asimismo, emergen recomendaciones prácticas y escalables: incorporar pausas activas en la jornada escolar, fomentar el juego libre al aire libre, capacitar a docentes y familias en estrategias de promoción del movimiento, y priorizar la evaluación continua de programas para ajustar intervenciones. La evidencia respalda intervenciones tempranas y sostenidas en el tiempo: los beneficios psicológicos y emocionales son acumulativos y se potencian cuando las prácticas se integran en rutinas significativas para el niño.
No debemos olvidar los desafíos y los vacíos que persisten. Se necesita más investigación longitudinal que interrelacione precisión metodológica con diversidad cultural; más estudios que exploren cómo las tecnologías pueden facilitar y no sustituir el movimiento; y más diálogo entre disciplinas para transformar evidencia en políticas coherentes. Asimismo, es urgente enfrentar la normalización del sedentarismo en entornos urbanos y digitales, y entender cómo las presiones académicas y laborales de las familias afectan el tiempo disponible para el juego activo.
Finalmente, este informe culmina con un llamado a la acción: pedagogos, autoridades educativas, profesionales de la salud, familias y comunidades deben asumir la responsabilidad colectiva de recuperar el movimiento como lenguaje vital de la infancia. Proponemos tres líneas de acción prioritarias: promover políticas públicas que integren la actividad física en la agenda de salud mental infantil; reformular los currículos escolares para incluir el movimiento como parte del proceso educativo; y movilizar a las familias y comunidades para crear entornos seguros y estimulantes donde el juego y la actividad física sean cotidianos.
La invitación es también ética y estética. Ética, porque garantizar el derecho a moverse es garantizar el derecho a una infancia plena, libre y creativa. Estética, porque el movimiento revela la belleza de cuerpos que exploran, se equivocan, se levantan y se reinventan. Si queremos sociedades más sanas, empáticas y resilientes, debemos comenzar por los rituales cotidianos que forjan el carácter y el afecto: el juego en la plaza, la carrera descalza en el patio, la pelota que circula entre risas.
Niños en Movimiento propone, en suma, una transformación cultural: reconocer que la salud mental y emocional de la infancia se sostiene tanto en palabras como en gestos, en políticas como en patios escolares, en programas como en conversaciones familiares. El movimiento es puente entre la biología y la experiencia, entre el aprendizaje y el corazón. Cerrar este informe no es un punto final, sino el inicio de una práctica renovada. Que las páginas leídas se traduzcan en pasos efectivos: más tiempo para jugar, más espacios para correr, más políticas que prioricen el bienestar integral de nuestros niños. Moverse es aprender a ser, y al dar ese movimiento a cada niño estamos dando futuro a toda la sociedad.