En las mañanas de los patios escolares y en los rostros silenciosos de las consultas pediátricas se escriben historias que, a menudo, nadie termina de leer. Son relatos de cuerpos en devenir, de apetitos y apetencias, de juegos que se vuelven ejercicio y de miradas que, con la precisión de un bisturí, marcan el pulso de la autoestima. «Cuerpos en Construcción: Obesidad Infantil, Autoestima y Salud Mental — Informe de Investigadores» nace de esa necesidad de escuchar y traducir esas historias en datos, en análisis crítico y en propuestas que permitan mirar el fenómeno con la hondura y la ternura que merece. No se trata solo de cifras; se trata de vidas que se entrelazan con factores sociales, económicos y culturales que modelan el crecimiento físico y emocional de niñas y niños.
La obesidad infantil, en su rostro estadístico, es una epidemia de nuestro tiempo: crece de manera sostenida en muchas regiones del mundo, altera trayectorias vitales y anticipa riesgos de salud crónicos. Pero si reducimos el problema a porcentajes y curvas en hojas de cálculo, corremos el riesgo de perder su dimensión humana. Este informe propone, por el contrario, una mirada relacional: entender la obesidad no como un fallo individual, sino como un fenómeno tejido por el entorno familiar, las políticas públicas, la publicidad dirigida a la infancia y las desigualdades estructurales. En esa trama, la autoestima y la salud mental no son consecuencias accesorias: son actores centrales que modulan la experiencia de crecer en un cuerpo que muchas veces es percibido —por el propio niño o niña y por quienes lo rodean— como distinto o indeseado.
La autoestima infantil se constituye desde el reflejo que devuelven los otros: padres, maestras, pares y, cada vez más, una pantalla omnipresente que dicta cánones y establece comparaciones. Este espejo social puede reforzar la confianza y el proyecto de vida, o puede erosionarlo lentamente, con microagresiones reiteradas, burlas y estereotipos. Para una niña que ha sido señalada por su peso, la escuela puede convertirse en un campo minado de críticas; para un niño, en un escenario donde la masculinidad se mide en fuerza y capacidad atlética. Estas experiencias cotidianas interrumpen el proceso de construcción de la identidad y dejan huellas que, si no se abordan, se enlazan con ansiedad, depresión y conductas alimentarias desreguladas.
Investigadores y profesionales de la salud mental han alertado sobre la relación bidireccional entre obesidad y bienestar psicológico. La depresión puede favorecer conductas de sedentarismo y consumo emocional de alimentos; a su vez, el estigma asociado al sobrepeso puede intensificar sentimientos de vergüenza y exclusión, retroalimentando un circuito de autopercepción negativa. Sin embargo, el discurso simplista que culpa exclusivamente a los progenitores o que estetiza la delgadez como sinónimo de salud no solo es impreciso; es dañino. Este informe parte de la evidencia científica y la complementa con voces de familias y educadores para construir una narrativa que reconozca complejidades y proponga caminos de intervención que respeten la dignidad infantil.
Además, resulta indispensable situar la obesidad infantil en su contexto social: la disponibilidad de alimentos ultraprocesados, la urbanización que limita espacios seguros para el juego, la carga laboral que reduce el tiempo para cocinar y acompañar los hábitos alimentarios, y las políticas económicas que modelan ofertas y precios. En barrios con menor acceso a frutas y verduras frescas, la elección no es solo caprichosa; es condicionada por posibilidades materiales. La estigmatización del cuerpo gordo, lejos de motivar cambios saludables, puede agravar la exclusión y perpetuar ciclos de precariedad. Aquí, la intervención pública no es un lujo moral sino una urgencia ética: promover entornos que favorezcan la salud es también combatir la injusticia social.
Este informe se propone, por tanto, articular varios niveles de análisis: epidemiológico, psicosocial y político. Reúne estudios cuantitativos que describen tendencias y riesgos, investigaciones cualitativas que exploran narrativas subjetivas, y evaluaciones de programas que han intervenido con estrategias escolares, comunitarias y clínicas. No se busca la solución única, sino la cartografía de alternativas: educación nutricional sensible al contexto, intervenciones que fortalezcan la autoestima y la resiliencia, programas de prevención del acoso escolar y políticas públicas que regulen la publicidad de alimentos dirigida a la infancia.
Al lector le proponemos un recorrido que combina rigor y empatía. Cada capítulo está pensado para ofrecer evidencia contrastada y, al mismo tiempo, abrir espacios de reflexión sobre cómo hablamos de los cuerpos en desarrollo. ¿Cómo fomentar hábitos saludables sin reproducir ideales corporales dañinos? ¿Cómo diseñar intervenciones que prioricen la salud mental y la inclusión por encima de la apariencia? ¿Qué responsabilidades tienen las escuelas, las familias y el Estado en la co-construcción de entornos que permitan a niñas y niños prosperar en todos sus aspectos?
El desafío no es menor: transformar la conversación pública para que deje de señalar y comience a acompañar. Significa escuchar a quienes viven la experiencia en carne propia y traducir ese conocimiento en políticas y prácticas con impacto real. Significa, también, recuperar la noción de crecimiento como proceso integral, donde el cuerpo y la mente se influyen mutuamente y donde la pertenencia y el respeto constituyen fuerzas protectoras.
Las páginas que siguen no ofrecen respuestas definitivas, pero sí una invitación a pensar y actuar desde la complejidad. Al iluminar los vínculos entre obesidad infantil, autoestima y salud mental, esperamos contribuir a un debate informado y sensible que reconozca a las niñas y niños como sujetos de derechos y agentes de su propio desarrollo. Si algo une a todas las voces recogidas en este informe es una idea simple y poderosa: la salud no es un atributo aislado del cuerpo, sino una construcción comunitaria. Cuidar de los cuerpos en construcción es, en última instancia, cuidar del tejido social al que pertenecen.
Evidencias y mecanismos: cómo la obesidad impacta la mente del niño
La relación entre el exceso de peso en la infancia y la salud mental no es un dato anecdótico: es un fenómeno complejo y multifactorial que combina fuerzas sociales, emocionales y biológicas. Al examinar la evidencia disponible se revela un panorama en el que la obesidad puede alterar el desarrollo psicosocial y neurocognitivo del niño, y donde estos efectos interactúan entre sí de forma dinámica a lo largo del tiempo.
Patrones observados y solidez de la evidencia
Diversos estudios epidemiológicos y trabajos longitudinales han mostrado una asociación persistente entre la obesidad infantil y mayores tasas de síntomas depresivos, ansiedad, baja autoestima y dificultades en la conducta social. Metaanálisis y cohortes a largo plazo indican que la relación suele ser bidireccional: la obesidad incrementa el riesgo de problemas de salud mental y, a su vez, trastornos del estado de ánimo o conductas alimentarias desreguladas pueden favorecer el aumento de peso.
Estos hallazgos son consistentes a través de diferentes contextos culturales y socioeconómicos, aunque la magnitud y las manifestaciones concretas varían según la edad, el sexo y las condiciones ambientales que acompañan al niño.
Mecanismos psicosociales: la carga del estigma y la experiencia relacional
El entorno social actúa como uno de los vectores más poderosos por los cuales la obesidad impacta la mente del niño. Entre los mecanismos psicosociales más relevantes se encuentran:
- Estigmatización y acoso: el bullying relacionado con el peso, las burlas y la discriminación escolar contribuyen a la internalización de la vergüenza y a la sensación de rechazo.
- Imagen corporal deteriorada: la discrepancia entre el ideal corporal y la percepción propia genera insatisfacción que se correlaciona con baja autoestima y conductas evitativas.
- Exclusión social y limitación de actividades: la marginación en juegos y deportes reduce oportunidades de interacción positiva y modelado social saludables.
- Dinámicas familiares y estrés socioeconómico: ambientes con recursos limitados, conflicto familiar o prácticas alimentarias inestables incrementan el estrés y la vulnerabilidad emocional.
Estos factores no sólo explican el malestar emocional inmediato, sino que condicionan patrones de afrontamiento (p. ej., comer para regular emociones) que perpetúan tanto la ganancia de peso como los síntomas psicológicos.
Mecanismos biológicos y neurofisiológicos
Paralelamente a los procesos sociales, existen vías biológicas que conectan el tejido adiposo con la función cerebral:
- Inflamación crónica de bajo grado: el exceso de tejido adiposo produce citocinas y adipocinas proinflamatorias (p. ej., IL-6, TNF-α) que pueden cruzar la barrera hematoencefálica y afectar circuitos implicados en el estado de ánimo y la cognición.
- Disregulación del eje HPA y cortisol: la obesidad se asocia con alteraciones en la respuesta al estrés, lo que modifica la reactividad emocional y la consolidación de recuerdos emocionales.
- Resistencia a la insulina y metabolismo cerebral: la insulina regula funciones sinápticas y la plasticidad; la resistencia puede perjudicar la memoria y el aprendizaje.
- Alteraciones en señales hormonales: leptina y adiponectina, hormonas derivadas del tejido adiposo, influyen en la recompensa y la regulación de apetito y pueden modular estados afectivos.
- Eje intestino-cerebro: la microbiota intestinal, afectada por dieta y obesidad, interactúa con el sistema inmunitario y neuromoduladores que inciden en el ánimo y la ansiedad.
- Problemas respiratorios del sueño: la apnea obstructiva y la fragmentación del sueño habituales en algunos niños con obesidad afectan la atención, la memoria y el control emocional.
Estos procesos biológicos ofrecen explicaciones plausibles de por qué la obesidad puede acompañarse de cambios en el comportamiento, el procesamiento emocional y el rendimiento cognitivo.
Consecuencias sobre el rendimiento cognitivo y escolar
En numerosos estudios, la obesidad infantil se asocia con alteraciones en funciones ejecutivas—atención sostenida, inhibición, flexibilidad cognitiva—y con disminuciones en el rendimiento académico. Estas dificultades no se reducen exclusivamente a factores psicosociales: la combinación de sueño interrumpido, inflamación y alteraciones metabólicas parece impactar la capacidad de aprendizaje y la memoria de trabajo.
El efecto acumulativo es notable: un niño que sufre estigma social, falta de sueño y factores biológicos adversos acumula desventajas que reducen su participación y aprovechamiento escolar.
Interacciones, moderadores y evidencia de bidireccionalidad
El efecto de la obesidad sobre la salud mental del niño se modera por múltiples variables: la edad (la adolescencia es un periodo especialmente vulnerable), el sexo, el apoyo familiar, la posición socioeconómica y la comorbilidad médica. Además, la dirección de la relación no es unívoca: trastornos afectivos infantiles pueden aumentar el riesgo de sedentarismo, alteraciones del apetito y uso de medicamentos que favorezcan el aumento de peso.
Comprender estos intercambios es esencial para diseñar intervenciones que rompan ciclos perniciosos en etapas tempranas del desarrollo.
Implicaciones para la práctica y la política
Las implicaciones prácticas son claras: abordar la obesidad infantil exige estrategias integradas que combinen atención médica, intervención psicosocial y políticas educativas. Puntos clave a considerar:
- Diagnóstico integral: evaluaciones que incluyan screening de salud mental, calidad del sueño y situaciones de acoso o exclusión social.
- Enfoques familiares y escolares: intervenciones multifamiliares, programas de actividad física inclusiva y campañas antiestigma que promuevan entornos protectores.
- Tratamiento multidisciplinar: coordinación entre pediatras, especialistas en salud mental, nutricionistas y profesionales del sueño y la actividad física.
- Prevención temprana: políticas públicas que mejoren el acceso a alimentación saludable, espacios seguros para el juego y recursos psicosociales en comunidades vulnerables.
La intervención temprana y sensible al contexto puede reducir tanto la carga emocional como las consecuencias neurocognitivas asociadas al exceso de peso.
En definitiva, la obesidad en la infancia impacta la mente a través de una red de factores interdependientes: estigma y exclusión, respuestas biológicas de inflamación y metabolismo, alteraciones del sueño y consecuencias en la cognición. Reconocer y atender estas vías de forma simultánea es la vía más prometedora para proteger el desarrollo emocional y cognitivo de los niños y para promover trayectorias de vida saludables.
La evidencia converge en la necesidad de respuestas integradas que consideren al niño en su contexto biopsicosocial.
Intervenciones, políticas y narrativas: del consultorio a los medios
La complejidad de la obesidad infantil exige respuestas que vayan mucho más allá de la receta médica. La intersección entre factores biológicos, familiares, comunitarios y mediáticos configura un entramado donde la autoestima y la salud mental de niñas, niños y adolescentes pueden verse tanto protegidas como vulneradas. Comprender cómo se articulan las intervenciones clínicas, las políticas públicas y las narrativas sociales es indispensable para diseñar estrategias que sean eficaces, justas y sensibles a las vivencias de quienes se encuentran en proceso de crecimiento.
El ámbito clínico: prácticas centradas en la persona
En el consultorio, la aproximación debe ser integral. Más allá de medir peso y talla, un equipo salud debe valorar el desarrollo emocional, las dinámicas familiares y las condiciones sociales que inciden en la conducta alimentaria y la actividad física. Intervenciones basadas en la evidencia recomiendan:
- Enfoque familiar: involucrar a padres y cuidadores en procesos de cambio que promuevan rutinas saludables sin estigmatizar al menor.
- Atención psicosocial integrada: incorporar evaluación y tratamiento de ansiedad, depresión y problemas de imagen corporal como parte de los planes de cuidado.
- Comunicación no estigmatizante: emplear un lenguaje centrado en la salud y el bienestar en lugar de juicios sobre la apariencia.
- Entrenamiento profesional: formar a personal de salud en competencia cultural, entrevista motivacional y detección de trastornos alimentarios.
Es esencial que las intervenciones sean personalizadas, sensibles a la edad y al contexto socioeconómico, y orientadas hacia objetivos funcionales (mejor sueño, mayor energía, relaciones sociales) además de cambios en peso.
Escuelas y comunidades: espacios de prevención y promoción
La escuela es un pivote para la prevención: allí se configuran hábitos, se organizan las interacciones sociales y se modelan ideales corporales. Programas escolares eficaces combinan componentes educativos, alimentación saludable, actividad física regular y acciones para mejorar el clima emocional y prevenir el acoso.
- Currícula inclusiva: introducir contenidos sobre nutrición crítica, cuidado corporal y pensamiento crítico frente a la publicidad.
- Ambientes alimentarios: garantizar que los entornos escolares ofrezcan opciones nutritivas y accesibles para todas las familias.
- Promoción de la diversidad corporal: fomentar actividades que valoren distintas capacidades y formas corporales, reduciendo la jerarquía del ideal estético.
Las intervenciones comunitarias deben apoyarse en la participación local: cuando familias, organizaciones y servicios se co-diseñan, las soluciones tienden a ser más sostenibles y justas.
Políticas públicas: desde regulaciones hasta equidad
Las políticas públicas tienen la capacidad de alterar determinantes estructurales que condicionan la salud infantil. Acciones regulatorias, de infraestructura y fiscales—cuando están alineadas con objetivos de equidad—pueden reducir riesgos y ampliar oportunidades para una vida saludable.
- Regulación de la publicidad dirigida a la infancia: restringir contenidos que promuevan alimentos ultraprocesados y reproducen estereotipos corporales dañinos.
- Políticas alimentarias: etiquetado claro, impuestos a bebidas azucaradas y subsidios a alimentos frescos orientados a poblaciones vulnerables.
- Urbanismo saludable: diseñar espacios seguros para el juego y la movilidad activa de niñas y niños.
- Enfoque intersectorial: articular salud, educación, cultura y desarrollo urbano para garantizar respuestas coherentes.
Sin embargo, la efectividad de estas políticas depende de su implementación con perspectiva de derechos y de género, y de la evaluación continua de sus impactos en la salud mental y la autoestima, no solo en indicadores biométricos.
Medios y narrativas: construir o destruir
Los medios de comunicación configuran marcos interpretativos sobre el cuerpo, el éxito y el valor personal. Las narrativas hegemónicas que vinculan el peso con la moralidad o la disciplina individual alimentan la estigmatización y agravan la ansiedad y la baja autoestima en la infancia y la adolescencia.
Algunas líneas de acción para transformar narrativas:
- Reenfocar mensajes: priorizar historias de bienestar, resiliencia y diversidad corporal por sobre relatos de culpa y emergencia moral.
- Capacitar comunicadores: promover estándares éticos en la cobertura mediática sobre salud, evitando imágenes y lenguaje que estigmaticen.
- Fortalecer voces comunitarias: dar espacio a testimonios de familias, educadores y jóvenes para complejizar la visibilidad del fenómeno.
- Vigilancia de redes sociales: abordar los efectos de los influencers y campañas virales, incentivando contenidos que promuevan bienestar integral.
«Las palabras y las imágenes no son neutrales: moldean la manera en que los niños y niñas se ven a sí mismos y crean sentido sobre lo que es posible»
Estrategias integradas: del consultorio a la pantalla
Las mejores intervenciones articulan acciones en múltiples niveles. Un camino práctico consiste en establecer al primer nivel de atención como nodo de coordinación: desde allí, derivar a servicios psicosociales, conectar con programas escolares y acompañar campañas comunicacionales locales que refuercen mensajes coherentes.
Elementos clave de una estrategia integrada:
- Co-diseño con comunidad: programas creados con las familias y jóvenes, no solo para ellos.
- Monitoreo multidimensional: indicadores de bienestar emocional, calidad de vida y experiencia de estigma complementando medidas antropométricas.
- Comunicación alineada: mensajes de salud pública que respeten la dignidad y promuevan la agencia de la infancia.
- Escalabilidad y sostenibilidad: planes presupuestarios y formación continua para garantizar continuidad.
Medir impacto y ajustar
Evaluar programas exige indicadores sensibles a cambios cualitativos: autopercepción, relaciones sociales, rendimiento escolar y reducción del acoso relacionado con el peso. Las evaluaciones deben incorporar métodos cuantitativos y cualitativos, y priorizar el aprendizaje iterativo para adaptar intervenciones según contextos culturales y demográficos.
Reflexión final
La transición del consultorio a los medios no es una metáfora: es la articulación real entre la atención directa y el entorno simbólico que moldea identidades. Abordar la obesidad infantil con perspectiva de salud mental y autoestima implica desaprender respuestas simplistas y construir alianzas que integren la clínica, la escuela, la comunidad y la comunicación pública. Solo a través de intervenciones comprensivas, políticas sensibles y narrativas responsables será posible acompañar a las nuevas generaciones en el crecimiento con dignidad, salud y confianza.
Al clausurar este informe titulado «Cuerpos en Construcción: Obesidad Infantil, Autoestima y Salud Mental — Informe de Investigadores», conviene volver la mirada sobre los hallazgos centrales y extraer una síntesis que convierta conocimiento en acción. A lo largo de las secciones hemos desgranado la complejidad de la obesidad infantil: no es un fenómeno reducido a decisiones individuales ni a un único factor biológico. Es el resultado de una intersección de determinantes biológicos, psicológicos, familiares, sociales, económicos y culturales. Esta conclusión repasa las ideas principales y propone una reflexión crítica y un llamado a la acción claro y urgente para quienes diseñan políticas, trabajan en salud y educación, y para la sociedad en su conjunto.
Resumen de puntos clave
1) Naturaleza multifactorial: La obesidad infantil emerge de la interacción entre predisposición genética, prácticas alimentarias familiares, entornos que facilitan o limitan la actividad física, accesibilidad a alimentos ultraprocesados y condiciones socioeconómicas. Las políticas de salud pública deben reconocer esta complejidad para evitar respuestas simplistas que culpabilicen a las familias y los niños.
2) Impacto sobre la autoestima y la salud mental: Los datos revisados muestran una correlación consistente entre exceso de peso en la infancia y problemas de autoestima, internalización de estigmas y un mayor riesgo de trastornos del estado de ánimo y de ansiedad. El acoso escolar y la discriminación relacionada con el peso son mecanismos que intensifican el daño psicológico, afectando el rendimiento académico y la calidad de vida.
3) Papel del entorno social y mediático: Las representaciones corporales en medios de comunicación y redes sociales perpetúan estándares estéticos reduccionistas que afectan la autoimagen de los niños y adolescentes. Publicidad dirigida, estímulos comerciales y la normalización de dietas rápidas contribuyen a hábitos no saludables desde edades tempranas.
4) Desigualdades y determinantes sociales: La prevalencia de obesidad infantil se distribuye de manera desigual: afecta con mayor intensidad a comunidades con menor acceso a recursos, alimentos frescos y espacios seguros para el juego. Las políticas que no consideran equidad social corren el riesgo de profundizar brechas de salud.
5) Efectividad de intervenciones integradas: La evidencia respalda enfoques multidisciplinarios: programas escolares que combinan educación nutricional, actividad física regular y apoyo psicosocial; intervenciones familiares que capacitan a cuidadores; regulación de publicidad infantil; y políticas públicas que garantizan entornos saludables. Las iniciativas aisladas muestran resultados modestos y a menudo transitorios.
Reflexión crítica
Este informe advierte contra dos trampas discursivas. La primera es la medicalización exclusiva del problema: reducir la obesidad a cifras de índice de masa corporal sin atender la experiencia subjetiva del niño —su dignidad, su autoestima y su contexto— empobrece la respuesta clínica y social. La segunda es la naturalización del estigma: aceptar como inevitable que los niños con sobrepeso sean objeto de burla o exclusión reproduce daño y erosiona la posibilidad de intervenir de manera terapéutica y preventiva.
La dignidad del niño debe ser el eje. Las intervenciones eficaces combinan promoción de salud y protección frente a la discriminación. Cuidar la salud física sin asumir que el peso es el único marcador de bienestar, y proteger la salud mental como objetivo independiente, son principios que deben orientar políticas y prácticas.
Líneas de acción recomendadas
1) Políticas públicas integradas y con enfoque de derechos: Establecer marcos legales y presupuestarios que articulen salud, educación, urbanismo y protección social. Esto incluye regulación de la publicidad de alimentos dirigida a menores, etiquetado claro de productos y fiscalidad que incentive opciones saludables.
2) Escuelas como centros de prevención y acompañamiento: Implementar programas sostenibles que integren educación nutricional, al menos una hora diaria de actividad física de calidad, formación en habilidades socioemocionales y protocolos anti-bullying específicos sobre estigmatización por peso.
3) Atención primaria capacitada y sensible: Entrenar a profesionales de salud para realizar abordajes no estigmatizantes que incluyan evaluación del bienestar emocional, intervenciones familiares y derivaciones a servicios de salud mental cuando corresponda. La atención debe ser culturalmente sensible y orientada a soluciones prácticas para cada contexto familiar.
4) Fortalecimiento de la familia y la comunidad: Apoyar programas de paternidad/parentalidad que enseñen prácticas alimentarias saludables, manejo del tiempo de pantalla y estrategias para promover actividad física colectiva. Promover espacios comunitarios seguros para el juego y la socialización.
5) Reducir desigualdades estructurales: Garantizar acceso asequible a alimentos frescos, mejorar infraestructura urbana que propicie movilidad activa y asegurar políticas de bienestar social que alivien las presiones económicas que empujan a decisiones alimentarias menos saludables.
6) Investigación continuada y evaluación: Financiar estudios longitudinales que integren variables biológicas, psicosociales y ambientales, y evaluar programas con métricas de salud física y mental, así como indicadores de equidad y reducción del estigma.
Llamado a la acción
La magnitud y la naturaleza del problema demandan un compromiso colectivo. Llamamos a los gobiernos a priorizar presupuestos intersectoriales para combatir la obesidad infantil desde una perspectiva de derechos humanos. Invitamos a los educadores a transformar las escuelas en espacios protectores y formativos, donde el conocimiento sobre alimentación y emociones se enseñe sin juicios. Pedimos a profesionales de la salud y a la comunidad científica que aborden la obesidad con sensibilidad integral, priorizando el bienestar emocional y evitando prácticas que reproduzcan el estigma. Solicitamos al sector privado responsabilidad social: publicidad ética, reformulación de productos y colaboración para mejorar la disponibilidad de alimentos nutritivos.
Pero también dirigimos un llamado a las familias y a la sociedad civil: la prevención se construye en pequeñas prácticas cotidianas —comidas compartidas, límites razonables de pantallas, juegos activos— y en la forma en que hablamos sobre los cuerpos. Cambiar el lenguaje, denunciar el bullying y promover la empatía son gestos tan importantes como cualquier política pública.
Cierre
Los cuerpos en construcción de la infancia no son proyectos individuales ni problemas privados; son el reflejo de sociedades que deciden cómo alimentarse, moverse y cuidarse. Si aspiramos a sociedades más justas y saludables, debemos construir ambientes que nutran tanto el cuerpo como la autoestima y la salud mental. Solo así los niños podrán crecer con salud, libertad y dignidad.
Que este informe sea una invitación a la acción articulada: a repensar prácticas, rediseñar políticas y transformar entornos. La infancia merece no solo intervenciones técnicas, sino un compromiso ético que priorice el cuidado integral. Actuemos ahora para que las generaciones que vienen encuentren cuerpos y mentes sostenidos, respetados y en plena posibilidad de florecer.