la homofobia, la transfobia y la bifobia. Estas formas de violencia impactan, como trauma emocional, en la vida de quienes las sufren. No siempre se trata de agresiones físicas: a veces basta con los comentarios hirientes sobre lo “diferente”, las bromas que humillan, o el silencio que niega. Basta con una moral dominante que castiga lo que no encaja en sus expectativas sociales.
Empecemos por el principio: la orientación sexual y la identidad de género son expresiones naturales de la diversidad humana. Son parte de quienes somos, de cómo sentimos, y de cómo nos relacionamos con el mundo.
Sin embargo, muchas personas crecen en entornos que les transmiten —de forma directa o indirecta— que no encajan, que algo en ellas está “mal”, que deberían cambiar para ser aceptadas. Incluso hoy, la familia, el centro escolar o ciertos círculos sociales pueden convertirse en espacios de amenaza, en lugar de refugio.
Y así, sin apenas notarlo, van interiorizando mensajes de miedo, vergüenza o tristeza que terminan marcando su manera de estar en el mundo. La persona aprende a mirar primero hacia fuera, a detectar qué esperan los demás, a adaptarse, a cuidar, a encajar, incluso a costa de ella misma.
A menudo, el pensamiento de fondo es este: “Si ser yo no es suficiente para que me quieran, entonces tendré que esforzarme —o sobreesforzarme— para merecerlo.”
Si alguna vez te sentiste así, queremos que sepas algo importante: Tú no eres el problema. No tienes que esforzarte por justificar tu existencia ni encajar donde no se te reconoce. Ya eres una persona valiosa, digna y merecedora de amor, tal y como eres.
Desde Oriéntate con María queremos aportar nuestro granito de arena a la visibilización y comprensión del trauma emocional específico ligado a la lgtbifobia. Lo sentimos como un compromiso ético, no solo con las personas a las que acompañamos en Terapia Amable, sino también con quienes quizá necesiten leer hoy estas palabras.
Este artículo es para ti. Para que te comprendas un poquito más. Para que te sueltes, aunque sea por un momento, de ese sobreesfuerzo “por ser suficiente”. Y para que puedas tratarte con un poco más de amabilidad. De la que sí mereces. De la que siempre mereciste.
1. La salud emocional empieza en nuestra niñez
La infancia o niñez es la etapa en la cual se ponen los cimientos del “yo”. La identidad comienza a formarse en espejo con quienes nos cuidan: somos lo que vemos reflejado en sus miradas, sus respuestas y su disponibilidad emocional.
Si nuestras emociones, juegos o intereses fueron cuestionados o ignorados, las personas aprendimos pronto a moldearnos para ser aceptadas, incluso si eso significaba empezar a dejar de ser quienes éramos. Todas necesitamos que quienes nos cuidan validen nuestra experiencia interna.
Pero, ¿qué es “validar la experiencia interna”? Es cuando alguien significativo para nosotras (especialmente en la infancia, pero también después) reconoce, acoge y da valor a lo que sentimos, pensamos o necesitamos. Por ejemplo:
- Si un niño llora porque se ha asustado y su cuidador le dice: «Claro que sí, eso asusta mucho, estás bien, estoy aquí», está validando su experiencia.
- Si, por el contrario, le dice: «No es para tanto, deja de llorar», el mensaje es que lo que siente no está bien, no es válido.
Si repetidamente nos dicen que lo que sentimos está mal o no tiene sentido, o si no nos ayudan a entender nuestras emociones y pensamientos, entonces aprendemos a desconectarnos de quienes somos. Podemos acabar ocultando lo que sentimos, reprimiendo lo que necesitamos, o incluso sin saber realmente quiénes somos o qué nos hace bien.
El desarrollo emocional sano, por tanto, no depende solo de lo que sentimos, sino de que alguien lo vea, lo nombre, lo acoja con respeto. Sin eso, las personas aprendemos que hay aspectos de nosotras mismas que «no deben existir», y eso puede afectar profundamente nuestro bienestar emocional, salud mental y capacidad de vivir con autenticidad.
2. La “identidad de fachada” como respuesta al trauma emocional
Aquí comienza la exploración más explícita del “quién soy yo”:
- Se intensifica la necesidad de pertenencia, especialmente en grupos de iguales, es decir, de personas con las que nos sentimos semejantes.
- Aumenta la capacidad de pensar en términos abstractos, lo que permite preguntarse: ¿quién soy? ¿Cómo quiero vivir? ¿Qué me hace diferente o parecida a los demás?
- Y es un momento donde se empieza a construir la identidad personal y social con más autonomía respecto a las figuras adultas.
Cuando explorar lo que, como personas, sentimos o deseamos entra en conflicto con lo que el entorno permite o espera de nosotras, esa exploración se vuelve peligrosa emocionalmente. Esto lleva a que muchas personas, en especial del colectivo LGTB+, desarrollen lo que se conoce como una “identidad de fachada”.
Una identidad de fachada es aquella que se construye para protegerse del rechazo o la vergüenza; no nace del deseo propio, sino de la necesidad de aceptación, encajar o no molestar. Y se basa en lo que “deberíamos ser” para no tener problemas, no en lo que realmente somos o deseamos.
En contextos de opresión (como la homofobia, transfobia, bifobia o expectativas rígidas de género), esta identidad de fachada puede llegar a ser tan convincente y sostenida en el tiempo, que la persona llega a confundirse: ¿esto lo quiero yo o es lo que aprendí que debía querer?
Las consecuencias de vivir con una identidad de fachada debido al trauma emocional son normalmente las siguientes:
- Agotamiento emocional: porque se requiere mucha energía para sostener una versión de quienes somos que no es auténtica.
- Ansiedad o disociación: porque hay una desconexión entre lo que se siente y lo que se expresa.
- Vergüenza o inseguridad social: porque lo más íntimo de quienes somos queda oculto, como si fuera inaceptable.
Y esto puede llevar a una confusión identitaria. Incluso en la adultez, muchas personas LGTB+ expresan no saber bien quiénes son realmente o qué les gusta o les hace felices en el día a día, porque nunca se sintieron a salvo para explorar sin miedo.
3. El impacto de la homofobia, bifobia y transfobia sigue en la adultez
A veces, ya lejos de aquel entorno, seguimos preguntándonos quiénes somos cuando dejamos de agradar. Es decir, incluso lejos de esa familia o ese centro educativo, los aprendizajes que adquirimos y la confusión resultante se mantienen en nuestra salud mental o salud emocional.
El miedo, como persona, a decepcionar, molestar o ser rechazada sigue presente, y condiciona las decisiones, los deseos, los vínculos con otras personas. Una pregunta recurrente en estos casos sería parecida a esta: “Si dejo de hacer lo que se espera de mí… ¿sigo siendo digna de afecto? ¿Sigo siendo una persona valiosa?”
Parte del proceso de claridad cognitiva y emocional, del autoconocimiento y autocuidado, que abordamos en Terapia Amable, nos lleva a explorar qué es propio y qué es más bien aprendido. Puede aplicarse a: profesiones elegidas por expectativas familiares, relaciones mantenidas por miedo a la soledad y modos de ser (agradables, obedientes, disponibles) que nacieron para sobrevivir emocionalmente.
Cuando, como personas, hemos tenido que esconder partes de quienes somos (emociones, identidad sexual o de género, deseos, sensibilidad, rabia, vulnerabilidad), es normal que más tarde nos cueste reconocernos y sentirnos en calma. No se trata de falta de voluntad, sino de una estrategia de supervivencia. Una forma de proteger lo que hemos conocido como seguro, válido y pertenencia.
Estas son algunas formas en las que esas huellas emocionales del trauma emocional pueden seguir vivas en la adultez. No todas las personas las viven igual, pero tal vez te reconozcas en alguna de ellas:
- Hipervigilancia emocional
- Dificultad para poner límites
- Autoexigencia constante
- Duda interna persistente
- Sensación de no pertenecer
Comprender estas huellas no es quedarse en el dolor. Es empezar a habitarte con más conciencia, más compasión y más poder de decisión. Porque si hubo un tiempo en el que tuviste que protegerte tanto, quizá ahora ha llegado el momento de aprender a vivirte con más amabilidad, más calma y más respeto por lo que realmente necesitas.
4. ¿Por qué tiene matices diferentes el trauma emocional ligado a la lgtbifobia?
En muchas ocasiones, cuando se aborda el bienestar emocional de las personas, no se toma en consideración la orientación o identidad sexual, o si hay condición de “neurodiversidad”. En cambio, la literatura científica sostiene que importa mucho más de lo que socialmente a veces se quiere admitir.
Un modelo reconocido es el Minority Stress Model, o estrés de las minorías, el cual reconoce tres tipos de factores estresantes determinantes:
- Estrés general: el que puede experimentar cualquier persona (trabajo, salud, relaciones…).
- Estrés distal: discriminación, rechazo, agresiones, bullying o invisibilización que se producen por el rechazo social hacia personas con elementos identitarios diferentes a la expectativa dominante.
- Estrés proximal: son los procesos internos que surgen como consecuencia del contexto hostil.
El conjunto de estos tres factores estresantes sostenidos en el tiempo, explica por qué las personas LGTB+ tienen una mayor prevalencia, en la edad adulta, de emociones ligadas a la ansiedad, el ánimo deprimido, el trauma o la desconexión emocional. Y es que no es no porque sean más vulnerables en sí mismas, sino porque muchas de ellas han tenido que sostener durante mucho tiempo la carga emocional que supone:
- Ocultar partes de la identidad para protegerse.
- Vigilar constantemente cómo se muestran.
- Dudas sobre el propio valor o legitimidad.
- Vergüenza internalizada o autoimagen dañada.
- Desconfianza hacia los vínculos y hacia sí.
Estos factores no son rasgos individuales, sino respuestas adaptativas a entornos que no han sido seguros. La identidad de fachada, la fragmentación del “quién soy” o la sensación de no saber quién se es en realidad, son comprensibles desde esta vivencia sostenida de amenaza relacional o social.
Desde el enfoque del estrés de las minorías, la recuperación y el bienestar emocional pasan por:
- Entornos afirmativos y seguros donde las personas puedan dejar de ocultarse y empezar a conocerse como son.
- Procesos terapéuticos que validen la experiencia vivida sin patologizarla, sino de forma amable y psicoeducativa, desde el autocuidado.
- Reconstrucción del “quién soy”, no de la adaptación forzada, del autodescubrimiento en el día a día, paso a paso.
- Contacto con otras personas que compartan vivencias similares, vínculos de amistad seguros, que sean nueva referencia.
Es decir, para sanar no basta con aprender a desarrollar determinadas habilidades, sino que es necesario contar con un espacio seguro, amable, en el que poder ser quienes somos. Vínculos que nos demuestren que la vida no tiene por qué ser tan hostil como aprendimos.
Una pausa para respirar, y escucharte
Tal vez, mientras leías, algo dentro de ti se ha removido. Puede que hayas recordado silencios que dolieron más que las palabras, gestos que te hicieron sentir que eras “demasiado” o que tu forma de ser era “incorrecta”, o momentos en los que aprendiste a ponerte una máscara para sobrevivir.
Si es así, queremos decirte algo importante: el problema nunca fuiste tú, ni tu orientación o identidad sexual.
Comprender cómo la lgtbifobia —externa o internalizada— deja huellas emocionales no es revivir el dolor, sino empezar a entender por qué a veces nos sentimos como nos sentimos. Es comenzar a mirar esas heridas emocionales no con juicio, sino con la ternura que merecen. Que tú también mereces.
La buena noticia es que hay caminos para reparar lo que dolió. Caminos que no consisten en esforzarse más, sino en sostenerse con más cariño y más calma. Caminos que implican parar, escucharse, conocerse, rodearse de vínculos seguros, validar lo vivido y empezar a recuperar una forma de estar en el mundo que no pese de ese modo, desde el autocuidado emocional.
En nuestro siguiente artículo, hablaremos precisamente de eso: de lo que ayuda a sanar. Del valor del autoconocimiento, del reconocer lo que sentimos, de cuidarnos, de poner límites, de cultivar una vida más honesta con quienes somos.
Porque ¿sabes? Ya eres una persona válida, digna y valiosa tal y como eres.
¿Qué te ha resonado más de este artículo? ¿Te apetece compartir tu experiencia? En la sección de comentarios, puedes escribir lo que desees: una experiencia, una emoción que te haya despertado este texto, una parte de ti que hoy has comprendido mejor. Te leeremos con cariño.
Expresar lo que sentimos —incluso por escrito y en espacios compartidos— es también una forma de escucharnos a nosotras mismas y encontrar comprensión. Escribir nos ayuda a procesar, a nombrar, a darle sentido a lo vivido. A veces, leer a otras personas y compartir lo que una misma ha sentido puede ser ya una forma de liberación.
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